Hervir el agua en nuestra olla pequeñita multiusos resultaba terrible. El resabio de lo último preparado siempre afloraba y entonces el té, las infusiones o el café tenían una suerte de sabores extraños. Comprar una tetera era una necesidad casi imperiosa. Cotejábamos nuestro escaso presupuesto de recién casados con nuestras urgencias y bueno, ya le tocaba el turno.
-Será de fierro enlozado, y con silbato para que avise cuando bulla el agua y no te pase lo de a cada rato que te olvidas, y con mango de madera para que no te quemes, y liviana porque tu cocina es a gas - nos dijo la abuela.
La vi reinando en la vitrina del “Bazar antiguo”. Era perfecta. Mediana, azul añil brillante, de pico corto, con silbato y mango de bambú. Me acerqué al mostrador, pedí me la alcancen. Cuando la revisé un "Made in Spain" grabado en su parte inferior terminó de convencerme. En los setenta encontrar algo importado resultaba inverosímil y la compré a pesar de estar por encima de lo previsto y con la venia de mi chino/amigo don José dueño del bazar que me decía:
-¡Lleve, lleve nomá, lepué me paga lifelencia! - Estaba fascinada con mi tetera nueva. Era preciosa. Herviría agua, mucha agua, con sabor de agua, escucharía el silbato revelador de los cien grados centígrados, prepararía todos los cafés, todos los tés, todas las hierbitas e infusiones y la pondría humeando provocadora en el centro de la mesa.
De regreso a casa pasé por el soldador para recoger el pedal de mi vieja Monark. Mientras esperaba apareció una serrana gorda, de edad incierta y polleras largas, con un paquete envuelto en periódicos entre sus manos. Torpemente lo fue develando, arrugando página por página, hasta que apareció una tetera antigua, de cobre, con asa y tapa de porcelana, estaba sucia y tiznada. Al verla me quedé perpleja -¡Es bellísima!- le dije.
-¿Ti gosta? ...vengo a soldarla mamita, si mi ha roto por abajo, toditita el aguita si mi cae -
-Préstamela-
Me la dio. Mis dedos recorrían su barriga opaca, el hollín negro se impregnaba en mis yemas y el cobre bruñido se asomaba. Una sensación extraña me transportó a su tiempo y trataba de calar su historia.
-Acabo de comprarme una tetera, mírala. Te la cambio - le dije.
Aceptó feliz y sin mayor trámite hicimos nuestro trueque.
Emocionada al llegar a casa limpié la tetera de cobre, le saqué pacientemente el tizne. Quedó más hermosa todavía. Le coloqué un ramo de retamas frescas y frente a ella tomé un delicioso café con resabios de mermelada y gloria, preparado con el agua de nuestra ollita multiusos.
-Será de fierro enlozado, y con silbato para que avise cuando bulla el agua y no te pase lo de a cada rato que te olvidas, y con mango de madera para que no te quemes, y liviana porque tu cocina es a gas - nos dijo la abuela.
La vi reinando en la vitrina del “Bazar antiguo”. Era perfecta. Mediana, azul añil brillante, de pico corto, con silbato y mango de bambú. Me acerqué al mostrador, pedí me la alcancen. Cuando la revisé un "Made in Spain" grabado en su parte inferior terminó de convencerme. En los setenta encontrar algo importado resultaba inverosímil y la compré a pesar de estar por encima de lo previsto y con la venia de mi chino/amigo don José dueño del bazar que me decía:
-¡Lleve, lleve nomá, lepué me paga lifelencia! - Estaba fascinada con mi tetera nueva. Era preciosa. Herviría agua, mucha agua, con sabor de agua, escucharía el silbato revelador de los cien grados centígrados, prepararía todos los cafés, todos los tés, todas las hierbitas e infusiones y la pondría humeando provocadora en el centro de la mesa.
De regreso a casa pasé por el soldador para recoger el pedal de mi vieja Monark. Mientras esperaba apareció una serrana gorda, de edad incierta y polleras largas, con un paquete envuelto en periódicos entre sus manos. Torpemente lo fue develando, arrugando página por página, hasta que apareció una tetera antigua, de cobre, con asa y tapa de porcelana, estaba sucia y tiznada. Al verla me quedé perpleja -¡Es bellísima!- le dije.
-¿Ti gosta? ...vengo a soldarla mamita, si mi ha roto por abajo, toditita el aguita si mi cae -
-Préstamela-
Me la dio. Mis dedos recorrían su barriga opaca, el hollín negro se impregnaba en mis yemas y el cobre bruñido se asomaba. Una sensación extraña me transportó a su tiempo y trataba de calar su historia.
-Acabo de comprarme una tetera, mírala. Te la cambio - le dije.
Aceptó feliz y sin mayor trámite hicimos nuestro trueque.
Emocionada al llegar a casa limpié la tetera de cobre, le saqué pacientemente el tizne. Quedó más hermosa todavía. Le coloqué un ramo de retamas frescas y frente a ella tomé un delicioso café con resabios de mermelada y gloria, preparado con el agua de nuestra ollita multiusos.