Surcador del viento, Reymundo decía ser el descendiente directo de Icaro por la rama materna. Los fantásticos periplos que realizaba en su globo de papel de Annonay impulsado por aire caliente lo llevaron muy lejos.
A pesar de ser un matemático, geógrafo, conocedor de los mapas celestes, de todas las coordenadas del universo, no se sentía realizado. Las sediciosas corrientes de aire le tendían jugarretas, elevándolo más de la cuenta, sometiéndolo a sus vientos repentinos, arrastrándolo hacia insospechados puertos.
Mientras hurgaba libros en una reventa, encontró un vetusto “Tratado de astronomía oculta” El corazón se le quería escapar del cuerpo, latiendo trasgresor, en la medida que iba leyéndolo.
Los problemas sobre sus vuelos quedarían resueltos, tenía la información deseada para llegar a infinitos paraderos.
“...ascenderás con tu globo aerostático hasta el Séptimo cielo, acodarás en cualquier coordenada. Morarás allí a plenitud si lo deseas, observarás abajo girar total el escenario de la tierra. Cuando desees visitar algún destino, la tierra lo presentará ante tus plantas, entonces bastará descender con tu globo y anidar”
Reymundo leía y leía sin salir de su asombro.
“...El séptimo cielo es una franja mágica, pequeña, de apenas tres metros de espesor, se encuentra muy cerca, a diez kilómetros de la superficie de la tierra.
Capaz de cobijar hasta los dioses, las necesidades están resueltas. Los gases se convierten en aguas cristalinas, el clima es apacible, el aire es puro oxígeno. Las corrientes del viento son ajenas, no existe la ley de gravedad y por tanto te desplazas a tu antojo. Lo delimita una línea púrpura y de noche se ven naranjas la luna y las estrellas...
El Séptimo cielo pasará inadvertido ante todo aquel que no crea.
Para ascender y descender lo harás cuando amanezca, a esa hora no hay vientos. En los atardeceres es mejor abstenerse, puede caer la noche y sumirte en sus misterios-...
Reymundo iría. Preparó su globo y su precario equipaje, sólo libros y mapas .
Acababa de amanecer, las condiciones eran propicias, sin una gota de viento .
El sol estaba azul, azul intenso el cielo y el Mediterráneo en Creta.
Desde allí partió elevándose como lo había hecho su antecesor hace dos mil doscientos años huyendo del laberinto, ahora él, sin que lo viera nadie, huía del escándalo del planeta.
El ascenso fue breve, el arribo soberbio. El Séptimo cielo lo acogió en sus linderos. Se sintió pleno en esa soledad , respiró profundo el aire sideral, escuchó el concierto del vacío, contempló extasiado la curvatura de la tierra y su danza eterna.
Cotejó los instrumentos con sus cálculos, resolvió operaciones sobrenaturales, trazó puntos en sus mapas. Sabía que la tierra giraba sobre su eje a mil seiscientos kilómetros por hora, ningún vehículo inventado por el hombre había llevado a cabo esa proeza .
Si se ubicaba en el punto señalado, le bastaba un día con su noche, para contemplarla girando entera .Tejía y fantaseaba planes para sus descensos.
Descansó, bendijo y celebró con maná que mágicamente, le supo a champagne y trufas épicas. Se regaló una siesta y luego deambuló , halando su globo hacia la línea ecuatorial, se apeó junto al Trópico de Cáncer, sería su domicilio temporal, desde allí sería fabuloso descender.
Con su catalejo hurgando entre las nubes, avistó Egipto y la tierra giró, dando paso a la India y la tierra giró, dando paso a la China, y la tierra seguía otorgándole aliento, el Océano Pacífico, Hawai, ahora, México.
Identificaba, reconocía perfectamente la geografía de ese paralelo.
Tendría que organizar su descenso memorable, no sabía cual sería su primer puerto, sólo estaba seguro, que los parajes en el momento calculado, vendrían a su encuentro.
A nadie contó de sus hazañas, aparecía iluminado, bello, descendiendo del cielo, montado en su canasta sujetada por drizas al globo de colores.
Las permanencias en la tierra él las decidía, hubo épocas que se quedó por tiempos, cuando se enamoraba.
Jamás pudo llevar a nadie hasta el séptimo cielo, lo intentó con cada amante de su historia, pero el séptimo cielo se esfumaba. Era él quien dejaba a los amores y desaparecía , podía más el amor por volar. Prometía volver y cuando lo hacía traía a las muchachas de América,aceites perfumados de la India y a las europeas el oro de los Andes o a las de las Antillas collares y gemas de la Amazonía.
Una sola vez descendió al atardecer apostándole al sol llegar primero, una sola vez descendió al atardecer sobre la arena incienso de esta isla, sin saber porqué.
Se desnudó, su espalda triángulo sobre su grupa angosta, sus piernas fuertes, sus caminados pies fueron hasta la orilla del mar como acudiendo a la llamada de algún dios y la encontró.
Ella lo vio y le tendió los brazos y se besaron ávidos, como si el tiempo les quedara corto para más; llanto y delirio, plena, impregnada de paz . Y fueron mar, arena, sal.
Acababa de amanecer, las condiciones eran propicias, sin una gota de viento.
El sol estaba azul, azul intenso el cielo y el Mediterráneo en Creta .
Reymundo dio lugar al eterno ritual de calentar su globo, de revisar amarra por amarra, de calcular el tiempo, puso en orden sus libros y sus mapas, cotejó los instrumentos, soltó las drizas y ahogando su pena lo dejó escapar.
Con su catalejo hurgando entre las nubes, vio a su globo ascender hasta el Séptimo cielo, desbocado, como los potros lejos de sus cuadras, urgidos por llegar.
A pesar de ser un matemático, geógrafo, conocedor de los mapas celestes, de todas las coordenadas del universo, no se sentía realizado. Las sediciosas corrientes de aire le tendían jugarretas, elevándolo más de la cuenta, sometiéndolo a sus vientos repentinos, arrastrándolo hacia insospechados puertos.
Mientras hurgaba libros en una reventa, encontró un vetusto “Tratado de astronomía oculta” El corazón se le quería escapar del cuerpo, latiendo trasgresor, en la medida que iba leyéndolo.
Los problemas sobre sus vuelos quedarían resueltos, tenía la información deseada para llegar a infinitos paraderos.
“...ascenderás con tu globo aerostático hasta el Séptimo cielo, acodarás en cualquier coordenada. Morarás allí a plenitud si lo deseas, observarás abajo girar total el escenario de la tierra. Cuando desees visitar algún destino, la tierra lo presentará ante tus plantas, entonces bastará descender con tu globo y anidar”
Reymundo leía y leía sin salir de su asombro.
“...El séptimo cielo es una franja mágica, pequeña, de apenas tres metros de espesor, se encuentra muy cerca, a diez kilómetros de la superficie de la tierra.
Capaz de cobijar hasta los dioses, las necesidades están resueltas. Los gases se convierten en aguas cristalinas, el clima es apacible, el aire es puro oxígeno. Las corrientes del viento son ajenas, no existe la ley de gravedad y por tanto te desplazas a tu antojo. Lo delimita una línea púrpura y de noche se ven naranjas la luna y las estrellas...
El Séptimo cielo pasará inadvertido ante todo aquel que no crea.
Para ascender y descender lo harás cuando amanezca, a esa hora no hay vientos. En los atardeceres es mejor abstenerse, puede caer la noche y sumirte en sus misterios-...
Reymundo iría. Preparó su globo y su precario equipaje, sólo libros y mapas .
Acababa de amanecer, las condiciones eran propicias, sin una gota de viento .
El sol estaba azul, azul intenso el cielo y el Mediterráneo en Creta.
Desde allí partió elevándose como lo había hecho su antecesor hace dos mil doscientos años huyendo del laberinto, ahora él, sin que lo viera nadie, huía del escándalo del planeta.
El ascenso fue breve, el arribo soberbio. El Séptimo cielo lo acogió en sus linderos. Se sintió pleno en esa soledad , respiró profundo el aire sideral, escuchó el concierto del vacío, contempló extasiado la curvatura de la tierra y su danza eterna.
Cotejó los instrumentos con sus cálculos, resolvió operaciones sobrenaturales, trazó puntos en sus mapas. Sabía que la tierra giraba sobre su eje a mil seiscientos kilómetros por hora, ningún vehículo inventado por el hombre había llevado a cabo esa proeza .
Si se ubicaba en el punto señalado, le bastaba un día con su noche, para contemplarla girando entera .Tejía y fantaseaba planes para sus descensos.
Descansó, bendijo y celebró con maná que mágicamente, le supo a champagne y trufas épicas. Se regaló una siesta y luego deambuló , halando su globo hacia la línea ecuatorial, se apeó junto al Trópico de Cáncer, sería su domicilio temporal, desde allí sería fabuloso descender.
Con su catalejo hurgando entre las nubes, avistó Egipto y la tierra giró, dando paso a la India y la tierra giró, dando paso a la China, y la tierra seguía otorgándole aliento, el Océano Pacífico, Hawai, ahora, México.
Identificaba, reconocía perfectamente la geografía de ese paralelo.
Tendría que organizar su descenso memorable, no sabía cual sería su primer puerto, sólo estaba seguro, que los parajes en el momento calculado, vendrían a su encuentro.
A nadie contó de sus hazañas, aparecía iluminado, bello, descendiendo del cielo, montado en su canasta sujetada por drizas al globo de colores.
Las permanencias en la tierra él las decidía, hubo épocas que se quedó por tiempos, cuando se enamoraba.
Jamás pudo llevar a nadie hasta el séptimo cielo, lo intentó con cada amante de su historia, pero el séptimo cielo se esfumaba. Era él quien dejaba a los amores y desaparecía , podía más el amor por volar. Prometía volver y cuando lo hacía traía a las muchachas de América,aceites perfumados de la India y a las europeas el oro de los Andes o a las de las Antillas collares y gemas de la Amazonía.
Una sola vez descendió al atardecer apostándole al sol llegar primero, una sola vez descendió al atardecer sobre la arena incienso de esta isla, sin saber porqué.
Se desnudó, su espalda triángulo sobre su grupa angosta, sus piernas fuertes, sus caminados pies fueron hasta la orilla del mar como acudiendo a la llamada de algún dios y la encontró.
Ella lo vio y le tendió los brazos y se besaron ávidos, como si el tiempo les quedara corto para más; llanto y delirio, plena, impregnada de paz . Y fueron mar, arena, sal.
Acababa de amanecer, las condiciones eran propicias, sin una gota de viento.
El sol estaba azul, azul intenso el cielo y el Mediterráneo en Creta .
Reymundo dio lugar al eterno ritual de calentar su globo, de revisar amarra por amarra, de calcular el tiempo, puso en orden sus libros y sus mapas, cotejó los instrumentos, soltó las drizas y ahogando su pena lo dejó escapar.
Con su catalejo hurgando entre las nubes, vio a su globo ascender hasta el Séptimo cielo, desbocado, como los potros lejos de sus cuadras, urgidos por llegar.