Cuando “Zongó el profeta” se embriaga con sabe dios qué, camina desaforado a cualquier hora, a voz en cuello recita los salmos de David, los versos de Vallejo, o granputea al que ose cruzarse en su camino.
Entonces, piso tierra y acaba de un plumazo el embeleso del mar en mi ventana. De la bahía engastada en esta Lima, con todos sus barquitos de colores, con su sabor a brisa dulce, con su olor de campanillas despeinadas en los acantilados. Acepto el surrealismo de mi barrio e intento descifrar cuáles son los señuelos que nos unen.
Una turba de muchachos descamisados juega fútbol, adueñándose de la pista del malecón, sortean la pelota entre sus virtuales arcos dibujados. Son los códigos entre ellos de calibre incendiario. Retumban las bocinas de los autos, haciendo mil maromas para no atropellarlos.
Y desde su tribuna balcón polarizado de lunas, el ex alcalde goza, aplaude, enseña su boca sonrisa con mil dientes. El fútbol lo apasiona.
El señor de la chacana y su comitiva almuerzan en el “Sonia” hasta muy altas horas. Su seguridad lo espera complacida: una hilera infinita de Lanas Rovers guindas con las luces prendidas.
Allá en la esquina Aurora la gorda, cuida los carros tan campante. Hace apenas cinco meses asesinó con un cuchillo de cocina a su infame marido. Lo envolvieron en una cortina de cretona y lo dejaron en el patio de la casa contigua. Su hija se declaró la autora. Por ser menor de edad, saldrá rápidamente del presidio.
A Riki, lo soltaron hace poco, estuvo arrestado cinco meses por intentar asesinar a Tavo, el robusto guachimán de los rincones. Le rompió una botella en la cabeza, y le desfiguró las mejillas con los vidrios. Es por la droga dicen, perdió el sentido.
Los buses cargados de turistas se detienen, se bajan en tropel y toman fotos. Ajenos al entorno, fascinados con la diáfana vista cuando hay sol, otros días hurgando entre la niebla igual de bella. El guía les muestra, les habla, los deslumbra, les hace comprar barquillos y algodones rosados que comen con delirio.
La Bisagra, deambula seguida por sus perros, descalza, vestida con andrajos. Te adivina la suerte mirándote a los ojos. Te cuenta de la boda fastuosa que te espera, de tus pajes azules, de tus nuevos maridos.
Desde el Alto Perú, baja Pozie el sicólogo, trillado protagonista de las páginas morbo. Con sus anteojos de madera, el pelo verde perico y su pipa en los labios, exhuma delirando las angustias que no olvida.
Los del “Dúo la gloria” pareja de ancianos entrañables, parecen sacados de película muda. Viven juntos desde la primera vez que cruzaron miradas. El se empolva la cara, ella muy menudita calza invierno y verano sus eternas sandalias de tacos de cristal, los ecos de sus pasos cortitos nos inventan fábulas. Habitan bajo el morro, en la casita de ventanas moradas repletas de letreros manuscritos: Se dan serenatas. Se dan clases de guitarra. Se dan clases de canto. Se dan clases de oratoria y de teatro. Se dan clases de yoga cundhalini. Se dan clases de malabarismo y cocina criolla. Se aplican inyecciones. Se alquila rocolas. Se alquilan disfraces. Se hacen surcidos invisibles. Se remallan medias nylon. Se alquilan cuartos. Se venden maracuyás fresquitos de la huerta.
La música de Pedro el periodista, estalla en los oídos. Espanta así a sus borondongos dice y se inspira, para hacer el amor con sus amigas.
El Moquitos y el Guaga dueños de “Bellas y Bellas Coffiure” acogen a otros clientes por la noche. Trabajan disfrazados, vigilados desde lejos por el Serenazgo y la policía. Haciéndole competencia en la otra cuadra a La Mulata, la única diva de pelo ensortijado y caderas de categoría.
A veces se escucha el coro de voces blancas de los niños del cerro, a cargo de Angelito Bendellosio. Refresca el infinito. Hay esperanza.
Ayer salió San Pedro en procesión. El aire se repletó de incienso, de cánticos, de rezos. El curita panzón lleno de vino, portando una gran cruz, nos dio su bendición. La campana colonial adaptada a la torre naranja de la iglesia, dindoneaba agitada repicando la fiesta. Una muchedumbre perseguía el anda barquito colorado, tirándole monedas. El patrón se paseó por toda la bahía, para bendecir el mar, otorgarnos milagros y el sustento pez diario de cada día.
El sol radiante en este junio invierno fue el prodigio. A la hora del crepúsculo el mundo se detuvo.
Todos los ojos de todos los del barrio compartimos el resplandor del cielo hundiéndose en el mar, cambiando de colores, acogiendo a la noche ungida de presagios buenos. Cada quien en la enorme comparsa agradeció a su dios y a su manera.
Entonces comprendí que es el mar el nexo que nos une. Allí se funden todos los misterios, allí van a parar todos los tiempos, se exorcizan quimeras, se espantan los aciagos recuerdos.
Amanece, hay una paz bendita. Los pentagramas de los cables conductores de luz, de teléfono, de interrogantes, tamizan atrevidos la vista panorámica de este mar que está frente a mi ventana.
Este mar, conciliador, manso, bueno, que se yergue saludándome, en olas suaves, sin espuma, como se eleva el lomo de un gato satisfecho.
Una sonora mototaxi me quiebra el paraíso. No importa, el barrio discurre como siempre. Hermoso, pintoresco, feliz, aterrador…
Entonces, piso tierra y acaba de un plumazo el embeleso del mar en mi ventana. De la bahía engastada en esta Lima, con todos sus barquitos de colores, con su sabor a brisa dulce, con su olor de campanillas despeinadas en los acantilados. Acepto el surrealismo de mi barrio e intento descifrar cuáles son los señuelos que nos unen.
Una turba de muchachos descamisados juega fútbol, adueñándose de la pista del malecón, sortean la pelota entre sus virtuales arcos dibujados. Son los códigos entre ellos de calibre incendiario. Retumban las bocinas de los autos, haciendo mil maromas para no atropellarlos.
Y desde su tribuna balcón polarizado de lunas, el ex alcalde goza, aplaude, enseña su boca sonrisa con mil dientes. El fútbol lo apasiona.
El señor de la chacana y su comitiva almuerzan en el “Sonia” hasta muy altas horas. Su seguridad lo espera complacida: una hilera infinita de Lanas Rovers guindas con las luces prendidas.
Allá en la esquina Aurora la gorda, cuida los carros tan campante. Hace apenas cinco meses asesinó con un cuchillo de cocina a su infame marido. Lo envolvieron en una cortina de cretona y lo dejaron en el patio de la casa contigua. Su hija se declaró la autora. Por ser menor de edad, saldrá rápidamente del presidio.
A Riki, lo soltaron hace poco, estuvo arrestado cinco meses por intentar asesinar a Tavo, el robusto guachimán de los rincones. Le rompió una botella en la cabeza, y le desfiguró las mejillas con los vidrios. Es por la droga dicen, perdió el sentido.
Los buses cargados de turistas se detienen, se bajan en tropel y toman fotos. Ajenos al entorno, fascinados con la diáfana vista cuando hay sol, otros días hurgando entre la niebla igual de bella. El guía les muestra, les habla, los deslumbra, les hace comprar barquillos y algodones rosados que comen con delirio.
La Bisagra, deambula seguida por sus perros, descalza, vestida con andrajos. Te adivina la suerte mirándote a los ojos. Te cuenta de la boda fastuosa que te espera, de tus pajes azules, de tus nuevos maridos.
Desde el Alto Perú, baja Pozie el sicólogo, trillado protagonista de las páginas morbo. Con sus anteojos de madera, el pelo verde perico y su pipa en los labios, exhuma delirando las angustias que no olvida.
Los del “Dúo la gloria” pareja de ancianos entrañables, parecen sacados de película muda. Viven juntos desde la primera vez que cruzaron miradas. El se empolva la cara, ella muy menudita calza invierno y verano sus eternas sandalias de tacos de cristal, los ecos de sus pasos cortitos nos inventan fábulas. Habitan bajo el morro, en la casita de ventanas moradas repletas de letreros manuscritos: Se dan serenatas. Se dan clases de guitarra. Se dan clases de canto. Se dan clases de oratoria y de teatro. Se dan clases de yoga cundhalini. Se dan clases de malabarismo y cocina criolla. Se aplican inyecciones. Se alquila rocolas. Se alquilan disfraces. Se hacen surcidos invisibles. Se remallan medias nylon. Se alquilan cuartos. Se venden maracuyás fresquitos de la huerta.
La música de Pedro el periodista, estalla en los oídos. Espanta así a sus borondongos dice y se inspira, para hacer el amor con sus amigas.
El Moquitos y el Guaga dueños de “Bellas y Bellas Coffiure” acogen a otros clientes por la noche. Trabajan disfrazados, vigilados desde lejos por el Serenazgo y la policía. Haciéndole competencia en la otra cuadra a La Mulata, la única diva de pelo ensortijado y caderas de categoría.
A veces se escucha el coro de voces blancas de los niños del cerro, a cargo de Angelito Bendellosio. Refresca el infinito. Hay esperanza.
Ayer salió San Pedro en procesión. El aire se repletó de incienso, de cánticos, de rezos. El curita panzón lleno de vino, portando una gran cruz, nos dio su bendición. La campana colonial adaptada a la torre naranja de la iglesia, dindoneaba agitada repicando la fiesta. Una muchedumbre perseguía el anda barquito colorado, tirándole monedas. El patrón se paseó por toda la bahía, para bendecir el mar, otorgarnos milagros y el sustento pez diario de cada día.
El sol radiante en este junio invierno fue el prodigio. A la hora del crepúsculo el mundo se detuvo.
Todos los ojos de todos los del barrio compartimos el resplandor del cielo hundiéndose en el mar, cambiando de colores, acogiendo a la noche ungida de presagios buenos. Cada quien en la enorme comparsa agradeció a su dios y a su manera.
Entonces comprendí que es el mar el nexo que nos une. Allí se funden todos los misterios, allí van a parar todos los tiempos, se exorcizan quimeras, se espantan los aciagos recuerdos.
Amanece, hay una paz bendita. Los pentagramas de los cables conductores de luz, de teléfono, de interrogantes, tamizan atrevidos la vista panorámica de este mar que está frente a mi ventana.
Este mar, conciliador, manso, bueno, que se yergue saludándome, en olas suaves, sin espuma, como se eleva el lomo de un gato satisfecho.
Una sonora mototaxi me quiebra el paraíso. No importa, el barrio discurre como siempre. Hermoso, pintoresco, feliz, aterrador…